GAEL Y SUS MÁSCARAS
Venecia, una ciudad surcada por
ciento setenta y siete ríos y canales que podrían ser las venas de tu sangre.
La recuerdo como si contemplase un
óleo de pigmentos sutiles.
Aún me veo en el puente Rialto, con mi fiel
enamorado, vislumbrando el horizonte de cemento, agua y bruma. Contra el cielo
algodonoso más aterrador y bello que uno pueda imaginar.
Por entonces eras un recuerdo.
Aunque, de cuando en cuando, la herida escocía.
Hoy deseo hacer honor a ese tacto
tan tuyo para abordar las cosas.
Voy a llamarte Gael.
Porque hoy toca soltar lastre. Romper
el hilo tenue que une mis preguntas sin respuesta a tu persona. Para que hallar
una máscara veneciana en mi cómoda, no conduzca inopinadamente hacia tí.
Ese ser agazapado
entre máscaras, invitándo siempre a buscar su tesoro. Será porque no lo
encontré, por lo que seguía buscando. Terca curiosidad.
¿Recuerdas la máscara del hombre enamorado?.
¿la del amigo fiel?. ¿Y la de víctima ?. ¿O la sibilina del silencio?. Hoy todas
las puse a buen recaudo.
Hoy solté lastre. Y vagan la deriva.
Con tu verdad oculta, que ya no quiero saber.
¡Que otros descubran el tesoro escondido
Gael!. ¡Fueron tantas las veces que creí haberlo encontrado para hallar tan
solo una máscara!.
Como si tu tesoro no fuera más que
una sucesión de caretas sin solución de continuidad. O un triste empeño mío. “Puede
que de tanto vestir máscaras”, me decía, “ya no conozca su esencia”.
Así es la vida. Lo que un día te
importa, de pronto deja de importarte. Y como el agua de los canales, tus días discurren
igualmente. Todo se mueve, créeme. Aunque a veces no lo parezca.
La máscara de mi cómoda está
ahora en ese lugar donde van a parar las cosas que a uno le incomodan o ya no le
sirven.
Ve con Dios, Gael. Conmigo no.
Yo amo Venecia. Y tú la gloria de los carnavales.
No puede ser.
© Texto de Isabel Ripoll Espinosa
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