lunes, 30 de abril de 2012

DRAGONES DE HUMO



La radio del coche es mi primer contacto con el mundo después de ese minuto y medio de paso a buen ritmo por la calle desolada.



Así comienzan mis madrugadas. La calle sepulcral y la radio del coche.




Hoy no he podido conciliar el sueño. Todas las cosas que me preocupan entre las cuatro paredes de la oficina han venido a despertarme.


Coloco las manos en el volante, sintonizo música y, sin quererlo, me pongo a pensar en un futuro que se adivina sombrío.


Lo curioso de esas premoniciones es que suelen jugar a no cumplirse. Al menos cómo lo imagino. Aunque no voy a negar que, si se lo pides con fe, el Universo te enviará putadas de todos los colores.


Conduzco. Lo hago sin darme mucha cuenta. La soledad de la carretera se proyecta en los espejos del vehículo mostrando una lengua de asfalto impoluta. Al abrigo de la luz artificial,  la escarcha del amanecer brilla como un fino cristal de diamante. Es una luz anaranjada que me trae recuerdos.


Prueba de que las cosas no son lo que parecen, fue aquel mendigo, en un bar transitado y repleto de Madrid, a la hora del desayuno. El hombre explicó, con suave elocuencia, cómo las farolas que emiten luz anaranjada son de vapor de sodio y neón. Al paso de la corriente, el neón produce luz roja, el tubo se calienta y el sodio se evapora. Quedé tan impresionada que le invité a un café con churros. Eran las ocho de la mañana, y el hombre, animado por la expectación que causaba, nos explicó, en versión de cuento, el funcionamiento de un avión. No, las cosas no son lo que parecen, ni lo que soñamos que son.


Si lo pienso bien, la mayoría de las desgracias que he visualizado fugazmente en mis viajes al futuro no han cruzado el límite de lo imaginario.

Hoy ha sido un día de esos para reafirmarme en lo que digo.


Aparco el vehículo, subo en el ascensor y cuando espero encontrar el gesto torcido de la persona X, X no ha venido a la oficina. Cuando preparo la documentación para la reunión que no me ha permitido conciliar el sueño, la reunión se cancela. Y el informe que se prometía largo y tedioso, no me lleva más de media hora.


“Y yo sin dormir”, susurra el airado consciente a la parte de mi que va por libre.


El que va por libre tiene más miedo que vergüenza. No alberga oscuras intenciones, pero su misión es protegerme. Activar el modo de alerta frente a todos esos peligros  inverosímiles que me acechan como dragones que blandiesen lenguas de fuego. Hasta puedo sentir su aliento abrasador caldeándome la piel, y para colmo tienen alas, y eso me hace pensar que no hay forma humana de escapar al asedio. Es curioso como el miedo y la imaginación pueden fundirse en una amalgama insondable que nos aísle del mundo.


Ya en la oficina, y después de tanto imaginarlos, los reptiles alados ni se presentan. Parece que tuvieran mejores cosas que hacer.


Me pregunto quién me manda a mí utilizar la radio para viajar al futuro.  Al fin y al cabo la radio está para que la escuchen.

No es lo mismo disfrutar de una canción que saber que está sonando.

Y nada tienen que ver los dragones de humo con la realidad. Por algo viven en los relatos de fantasía devorando dioses y guardando el orden del universo; por algo habitan en las preocupaciones y los sueños desangelados; por algo escupen un fuego demasiado imposible como para ser cierto.

¿Es que nunca aprende una?.


© Texto de Isabel Ripoll Espinosa

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